Los orígenes del ballet se remontan a las cortes del Renacimiento italiano del siglo XV. Imagínense en un majestuoso palacio disfrutando de un gran espectáculo de música y danza. Durante el siglo XVI fue que Catalina de Médici, esposa del rey Enrique II, comenzó a instaurar el ballet en la corte francesa.

Un siglo después el rey Luis XIV, monarca absolutista apodado el Rey Sol, impulsó el desarrollo del ballet clásico al fundar en 1661 la Academia Real de Danza que consistía en un cuerpo de baile integrado por profesionales. La pasión de Luis XIV por la danza era tal que incluso él estudiaba y practicaba ballet.
¿Quién de ustedes no puede evitar pensar en unas zapatillas de punta y un tutú como el elegante atuendo de una bailarina de ballet clásico? Pues resulta que ésta tradición se remonta al siglo XIX, periodo durante el cual surgen los primeros ballets de estilo romántico como Giselle. Hasta la fecha, estos ballets siguen siendo puestos en escena y han cautivando a muchas generaciones a lo largo de los años.

Es en Rusia a finales del siglo XIX que este arte es llevado a su máximo esplendor con la creación de ballets como El Cascanueces o El Lago de los Cisnes. Más tarde surgirán nombres como Anna Pávlova, o Rudolf Nuréyev, figuras de inspiración para muchas personas y maestros en el arte de la danza.

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